sábado, 30 de abril de 2011

Bitoque de Albia, Rodriguez Arias 32, Bilbao

A este post solo le va a faltar una cosa, quizá la que era más importante para mi, aparte de probar las exquisiteces de Darran Williamson; y no es más que una foto con el susodicho.

Si amigos, porque una vez más, Diano es mongola y espera al final de la comida para hacerse las fotos, momento en el que todo el mundo ha desaparecido del mapa.

Pero bueno, vamos al temario.
Lo primero, un gran agradecimiento a Darran. ¿Por qué? Veréis, éste hombre ha ganado numerosos premios, trabajó con Berasategi y en fin, tiene unas ideas culinarias que me encantan. Os estaréis preguntando qué es lo que tengo yo que agradecer de ahí.
Pues simplemente el que es un trozo de pan.
Sinceramente, todos sabemos que yo no soy nadie, y aun así, él me ha abierto las puertas del Bitoque mostrándome lo mejor de si mismo, ahí donde otros ni siquiera se molestan en contestar a mis mensajes cuando les comento que voy a ir a comer para hacer una crónica de mi experiencia allí como cocinera y en fin, bloggera.

La velada comenzó con él saliendo de la cocina a saludarme, detalle muy importante. Ahí fue cuando le dije que me sorprendiese con algo, momento en el que me podía haber hecho una pedorreta. Pero no, el hombre me sorprendió, y cómo lo hizo.

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El primer pintxo que nos ofreció (fuera de carta) fue unos tomates sobre mezclum baby, gomasio y salsa (de color verde y sabor no identificado, soy malísima para esas cosas).
El camarero dijo que era mousse, pero en fin, eran tomates. ¿Que se deshacían en la boca? Si, pero eran tomates. Unos tomates que, mezclados con la salsa, el mezclum y el gomasio de frutos secos, entre los que predominaba el sésamo, hacía salivar cosa mala. Pero no fue lo único.

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La segunda aparición estelar fue la de la "Brandada de bacalao, tapenade y skins".

Debo empezar comentando que la única razón por la que pedí ésto es porque mi acompañante quería, ya que, siendo sincera, viviendo en la tierra del bacalao, lo odio con mi vida.

Aun así, como iba a hacer una crítica, tenía que probarlo. ¡Y en qué hora! Si mi compañero de andaduras no llega a pararme, ¡me como hasta el plato!
Impresionante sabor, suave pero con ése toque de bacalao que no empalaga y hace las delicias de cualquier paladar, incluyendo el mío, aférrimo defensor de ningún pescado salvo la merluza.
El tapenade les resultó a mis glándulas salivares ligeramente salado, pero el detalle de las pieles de bacalao para untar las cositas, la presentación y el sabor, formaron una conjunción perfecta.
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El momento en el que apareció el "Cochinillo asado con mermelada de cítricos" fue apoteósico. Simplemente olvidé que tenía acompañante y me dediqué a deborarlo a cinco manos, como una cochinilla.
Pensareis que soy una pelota, que ni tanto ni tan calvo, pero qué queréis que os diga, es el mejor cochinillo que he probado en mi vida.
La carne estaba tierna, se deshacía con solo mirarla dejando, además de un sabor exquisito mezclado con esa mermelada tan exótica, una sensación de suavidad en boca sorprendente, en contraste con el crocante de la piel.
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Cuando creíamos que íbamos a implosionar y estábamos eligiendo dos pintxo-postres para pedir, dió igual porque el camarero decidió seguir trayendo más y más comida.
"Ensalada de pollo tandori, pepino, yogur y menta".
No pude evitar relacionar la conjunción de sabores con aquella vez que fui a comer al restaurante Búlgaro.
Refrescante contraste entre frío y caliente, muy muy rico... Y el pollo me dejó impresionada. Jugoso como no he visto otro y crocante por fuera.
Oye, no se cómo lo hace, pero yo quiero aprender de él, es un auténtico genio de la gastronomía pintxil, y si domina así éstas cosas, está claro que en un restaurante haría las delicias de cualquiera que se acercase.
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"Hamburguesa de atún rojo con ensalada de caviar" es el último plato que apareció en nuestra parcela de barra sin que lo pidiésemos, y es que yo me negué después de la horrorosa experiencia de hamburguesa de carabinero de Zortziko, la cuál fue, junto con el resto de comida (por llamarlo de alguna manera) una desilusión tras otra (un cacho de carabinero seco y asqueroso que sabía a zapato).
Pero bueno, ya que tuvo la bondad de traerlo, nunca supimos por qué, lo probé. Y maldita la hora, de nuevo. ¿Pero qué era eso? La mejor hamburguesa pesquera que he probado en mi vida.
Me gusta el atún rojo, claro, pero ésto hizo que sintiese ansias de comerme hasta el plato. Con esa salsita de tomate desligada con aceite de oliva... Imposible resistirse.
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El postre obligado fue el llamado "Txiki irlandes caliente".
Claro, vas a comer a un lugar cuyo chef es irlandés, y no se te ocurre una mejor manera de coronar la comida.
¿Que no sabía que iba a ser un café? Pues también, pero rico estaba, desde luego.






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La original manera de presentar la cuenta, que es algo en lo que siempre me fijo, como colofón final de una buena o mala comida, fue tan sorprendente como el resto. Una tapadera de lata de atún (por ejemplo, es que sigo relamiéndome por el atún), ahí donde lo veis.

La decoración, muy interesante, sobre todo desde el punto de vista que nos interesa, el culinario, ya que estaba perfectamente expuesto el precio y las opciones pinchiles en gigantesco, para que todo el mundo pudiese verlo, además de ofrecer una lista de todos los premios gastronómicos recibidos.

Una crítica negativa se la va a llevar el camarero, que aparte de contestarme bastante bordemente cuando le pedí que llamase a Darran para despedirme (cosa que al final, por cierto, no pude hacer), no paraba de observarme mientras comía, lo cual me pone negra carbón.

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